Tumbas de niños en Lekeitio.
(Fotografía de Paloma Jiménez-Ontiveros)
La noche y los niños.
La oscuridad resbala
por las laderas de los montes,
derramándose lentamente
sobre la superficie de la tierra,
apagando sus calientes latidos,
destapando los ruidos de la noche
bajo la mirada cómplice de las estrellas
que van surgiendo, simultáneas y brillantes,
en los espacios infinitos,
y la tierra queda invadida por
¿ Cómo
nuestros muertos a esta tierra antropófaga,
devoradora de encarnaduras,
deshacedora de huesos,
vestida de negro por la oscuridad de la noche,
noche negra que nos produce angustia y miedo?.
Los niños son enterrados en cajitas blancas,
devueltos al seno de la tierra
y allí quedan solos, sin besos ni caricias,
penetrados por el frío de la noche,
sin mimos, ni juegos, ni calor, ni vida.
Yo no quiero a esta noche negra y fría;
quiero a la noche de las caricias y los susurros,
de las meditaciones, de la lectura a media luz
y las confidencias en voz baja.
Quiero la noche para contar historias a los niños,
cerca de la lumbre de la chimenea,
mirar la luna a través de las ventanas,
contar sílabas rememorando sensaciones
y soñar con la llegada de un nuevo día
de luz y de esperanza.