domingo, 1 de septiembre de 2013

Amanecer en Tokyo.



Amanecer en Tokio.


En el piso 42 de un hotel de Tokio,
diseñado contra terremotos,
sin balcones ni flores,
cemento blanco y liso, calidad nipona,
me despierta el sol naciente del amanecer.

Riadas de automóviles en las calles,
jóvenes mujeres de pelo negro a paso ligero
en las aceras grises y limpias.

El sol ilumina las fachadas
de cristal y cemento.
En los escaparates de las tiendas,
ordenadores y pantallas,
móviles y juguetes electrónicos.

En el país de la muy alta tecnología
el samurai ha cambiado el sable por el láser,
la flor de loto por la margarita mecánica
de las impresoras de impacto
y ha descubierto en los componentes
de muy alta velocidad
las nuevas armas para extender el Imperio a occidente.
Los templos son ahora fábricas de silicio,
la precisión ha reemplazado a la oración
y los monjes-soldados combaten en las naves de las factorías
mientras las mujeres alimentan
las cadenas de las series fabricadas a escala universal.

Un nuevo Shogun electrónico
detiene el poder en las islas
mientras el Emperador se recluye en su palacio
aislado por fosos y cisnes,
(Shogun de Tokio, Shogun de Osaka,
Shogun de Yokohama, Shogun de Kawasaki)
y envía consignas a sus soldados económicos vía satélite.

En el piso 42 de un hotel de Tokio,
cemento blanco y liso, calidad nipona,
siento de repente la necesidad de volver a Kamakura
y penetrar en el Hara del Buda grande y verde
para reencontrar la casa donde no entró la muerte
y recobrar así la espiritualidad perdida
en este amanecer dorado
viendo riadas de automóviles circular lentamente, inmersos en la luz cegadora de un viejo Sol Naciente