martes, 2 de abril de 2013

París I. Metro, buhardillas,mendigos y bulevares.


  El metro de París no lleva a ningún sitio.

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En la estación de metro de Montmartre un hombre negro vende rosas rojas. Un gendarme tira de un manotazo su cesta al suelo y las rosas se desparraman sobre el pavimento pisoteado y negro.

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Una chiquilla mulata me mira con sus ojos negros y me abre de golpe la puerta hacia un mundo en el que no existen computadoras, automóviles ni rascacielos.

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Las buhardillas de París están vivas; no son trasteros, ni guardamuebles, ni desvanes sin alma. Son, por el contrario, una ciudad dentro de una ciudad en la que las últimas luces alumbradas se confunden con el temblor de las estrellas.

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Un mendigo de la Avenida Suffren empuja un cochecito de niño lleno de tesoros: una manta, una botella de vino, ropa usada. En el fondo del cochecito guarda también los mejores recuerdos de su juventud.

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El Boulevard Periférico es una bufanda que envuelve el cuello de París y deja pasar su transpiración para conseguir unas plazas tranquilas y llenas de palomas en los atardeceres silenciosos y grises de los domingos.


2 comentarios:

Gustavo Figueroa Velásquez dijo...

Mi estimado Fernando:

Qué bella y, a su vez, triste evocación de ese mundo de contradicciones que es la llamada "Ciudad luz".
Te dejo un abrazo amigo mío.

Fernando dijo...

Querido Gustavo: yo trabajé dos años en a ciudad de la luz y debo decirte que estos pensamientos los escribí allí mismo. Ya publicaré alguno más. Un abrazo.