El jardín de Giverny.
Desde la penumbra de
mi estudio de verano
medito contemplando el
jardín de mis ninfeas,
derramados los colores
sobre el agua plácida
de sus regatos, magia
de la naturaleza,
en la soledad de la flébil
atardecida.
Dime, Camila, ¿ por
qué me dejaste tan temprano
sin llegar a conocer mi
jardín de ninfeas,
donde los colores se
recuestan sobre el agua,
deslizándose,
apoyándose sobre sus hojas,
navegando en un mar de
ensueños y de caricias,
bajo un denso silencio
de viejas soledades?
Dime,
Alicia; ¿no crees que bajo las hojas
existen espacios
abismales incoloros,
donde se esconden
trasgos y duendes submarinos,
y permanecen los
recuerdos tristes y lejanos?
Desde el estudio de
techos altos y sombríos
recreo el espacio del
trabajo silencioso,
el análisis de la
telas y los colores,
y veo como en sueños
al jardín anhelado,
a través de la rojez
de mis ojos cansados.
¿Verdad, Blanca, que mis
lienzos son hoy más hermosos,
que la luz ha renacido
sobre mis jardines,
que los días son más
largos y las noches cortas
para poder admirar los colores pintados,
los verdes y amarillos
en los pétalos blancos,
los azules cárdenos en
mis flores amadas,
y escuchar el paso del
agua por los regatos
hasta su remanso lento y final
en el estanque?
(Amor eterno de Claude Monet a sus mujeres)