lunes, 24 de septiembre de 2012

Diez poemas sobre el amor incierto

                                                                       
               

  I                                                          

Honduras del amor incierto


De repente,
un temblor abisal agita la esencia de los amores ciertos
y surge
a través de las grietas que separan, irregulares,
las piezas del ser
en un desgarro de actitudes y vanidades.

Es la hondura del amor incierto,
que nace del calor interior de los sentidos,
que identifica los signos
y recupera la identidad del hombre
con el hombre.

La emoción del encuentro
es una danza alegre,
inicialmente sincopada
de nuevas realidades abiertas,
virtud exacta del delirio,
invasión de aromas nuevos,
pulsación de una vida renacida.

Las puertas se abren en silencio
y el interior
descubre identidades,
quiebra los misterios,
recupera la luz,
normaliza vivencias y criterios,
y recibe la paz oculta,
ahora deslumbrante por su lógica naturaleza.

La expresión del nuevo amor,
al percibirse con toda claridad,
desdibuja la línea roja,
abriendo fisuras de increíble placer
- apenas soñado -
desde la hondura del amor incierto.

Ahora no hay distancias,
hay libertad de expresión ilimitada,
honestidad con uno mismo
y un cálido desbordamiento de pasiones
a través de las grietas producidas
por aquel profundo temblor
en la esencia de nuestros amores ciertos.


martes, 18 de septiembre de 2012

Mi nacimiento.





Era una noche clara, luz de luna creciente,

el Guadarrama hacía las veces de frontera

de los primeros rayos del sol de primavera

y el canto de los mirlos se anunciaba inminente.



Y yo nací, supongo que de una forma mágica,

fruto de un artificio que nunca fue aclarado,

desnudo, vacilante, y muy desconsolado

bajo una luz hiriente de lámpara trifásica.



No recuerdo detalles, yo soy desmemoriado,

pero, según contaron los que pudieron verme,

mi tórax era fuerte, costaba sostenerme,

era largo de piernas y bastante delgado.



Nunca sabré la razón del llanto de mi gente

al ver un nuevo intruso en medio de su vida,

fueron quizás sus gotas licor de bienvenida

o el agua bautismal para el nuevo ser naciente.



Los mirlos entonaron un canto melodioso,

la luz de la alborada entró por las ventanas,

mis ojos se durmieron al bajar las persianas

y caí fulminado por sueño comatoso.



martes, 4 de septiembre de 2012

Bucólica.






El remanso de un río permite que se reflejen

las hojas de los chopos lindantes,

¿No es hermosa la quietud de las aguas,

sólidas, estancas, profundas?

Apenas un ligero temblor en su superficie

al rozar la brisa la limpidez de su espejo,

un rumor de hojas trémulas,

quizás el canto de un mirlo,

o algún convulso movimiento

en la profundidad del remanso

orquestan la sinfonía de las aguas claras,

de la vida quieta e inalterable.

¿Verdad, amor, que aquí nos sentimos una vez

unidos en nuestras esencias,

aliados ante la densidad de los chopos,

inmersos en el sosiego del momento?

No me avergüenza escribir

un poema romántico, idealizar bucólicamente

nuestro instantes de entrega,

recordar aquellos momentos felices

de nuestra soledad de enamorados.

A veces me desconcierta ser siempre

lo que se tiene que ser,

olvidando acaso que la felicidad

consiste en elegir, en escoger,

al margen de los compromisos

de la sociedad que nos domina.

Este silencio verde de los chopos,

reflejado en las limpias aguas del remanso,

ese acorde musical de los mirlos,

el olor húmedo de la brisa,

y la caricia del agua en la ribera,

todo tan cercano y evidente,

es un regalo de aquellos dioses

que tan lejanos suelen estar

de nuestros pensamientos.

Recuerdo intensamente tu cabello al aire,

los efluvios de tu cuerpo

la suavidad de tus manos,

la delicia de tu voz

y tu evanescente mirada alejándose

hacia las altas ramas de los árboles

mientras mis ojos perdidos

recorrían tus márgenes,

inmersos en la belleza del encuentro.

Puedo sentirme anonadado

al recordar aquellos bucólicos momentos,

y desearía cantar como un juglar occitano

las esencias de mi dama,

el perfil bucólico de nuestro momento,

pleno de romanticismo y de libertad.

Regresaré a ese instante de nuestro amor

siempre que mi ánimo desfallezca

y, si los dioses lo permiten,

allí acamparé entre la yerba

y los chopos frondosos,

recordando tu imagen

cerca de las riberas del remanso.