miércoles, 24 de marzo de 2010

XII.- Miguel Hernández.

Solitudinem fecerunt, pacem appellant (Publio Cornelio Tácito)


Es difícil borrar de la memoria
esas voces tan nobles, escondidas
en las brasas ardientes de la historia,

esas hondas ideas recibidas
por los más pobres, millonaria audiencia
de esas mentes del todo esclarecidas,

que ahora, en pleno albor de adolescencia,
voy buscando con ojos despejados
después de terminarse mi inocencia.

Así, recurro a libros olvidados
rechazando discursos laterales
y busco la verdad en los sobrados

para encontrar los ecos inmortales
de poetas insignes que anduvieron
por sendas y caminos personales.

Quiero buscar la paz que no tuvieron,
habitar sus estancias y sus versos,
transitar la verdad que recorrieron,
,
ser su amigo, lograr que sus diversos
libros y poemas, siendo perdidos,
encuentren el lugar que merecieron,

recuperar su voz en mis oídos
y descubrir su impulso desbordante
en favor de los siempre sometidos.

Ya no puedo perder ningún instante,
es el alma quien manda, es la locura
del encuentro febril y apasionante,

es la invasión total de la lectura;
entre el aire y el mar, sobrevolando,
llega la voz de la literatura.








Miguel Hernández y su esposa Josefina.


¿Puedes ser tú, Miguel, quien está hablando,
eres tú quien me llena de alegría,
es mi imaginación rememorando

tu rayo que no cesa, o es el día
en que encontré tu alma desbordada
por la fértil pasión de tu poesía?

En esta ya fecunda madrugada
en que comienzo a percibir el sueño
de contemplar tu obra vislumbrada

la cuesta de los libros tiene dueño,
es un adolescente principiante
que persigue tu sombra, y en su empeño

por encontrar en algún perdido estante
el silbo vulnerado, alas nacen
y vientos sobrevienen al instante.

La imagen de tu huella la deshacen
las tristes carcelarias humedades,
y los silencios negros que te hacen,

pero tú, escritor de tus edades,
el poeta más puro y verdadero,
verás, dentro de mí, eternidades.

Me duele el alma, y grita el cuerpo entero
subiendo por la calle de la Huerta
al descubrir un viejo paradero.

¿donde asentar mi alma casi yerta,
si no puedo habitar el Ateneo,
antes inmenso con la puerta abierta,

ahora cerrado por masón y ateo,
sus ventanas con rejas muy espesas,
encadenado como Prometeo?




El café de las sorpresas.
Me siento en el café de las sorpresas,
las que en mi infancia llenaron los días;
de Gloria Luna y yo; sobre las mesas,

las tazas llenas de melancolías,
hablábamos a solas con Platero,
de alegres mariposas y poesías.

Ya no trabaja aquí mi camarero
al que llamaba Lucanor con la malicia
de un niño respondón dicharachero

y nunca olvidaré con qué delicia
leíamos despacio las andanzas
de la maravillosa niña Alicia.

¡Cuánto soñar , qué bellas esperanzas,
cómo volamos juntos hasta el cielo
entre versos, canciones y enseñanzas.

y cómo cuando alzábamos el vuelo
cogidos de la mano hacia delante
sentíamos la paz en nuestro suelo.

Aquí, en mi café, con gran talante,
leí, años después, en valenciano
a un Tirant lo Blanc, casi un gigante,

recordando al quijote castellano
que con alta emoción y edad madura
tantas veces sentí sobre mi mano.
¡Dos vértices de la literatura!







5 comentarios:

Jesús Arroyo dijo...

Sin duda, Fernando, escribir a/sobre Hernández da un "subidón"... Consigamos que en el 2011 se siga hablando y conociendo su obra.
Gracias por estos buenos versos.

Anónimo dijo...

Fernando es una auténtica gozada disfrutar de tu homenaje a Miguel Hernández.
Este centenario no debería acabar.
Un abrazo.

© José A. Socorro-Noray dijo...

Ya lo dijo el Pablo Neruda, refiréndose a Miguel Hernández en su Confieso que he vivido

“En mis años de poeta y de poeta errante, puedo afirmar que la vida no me ha dado contemplar un fenómeno igual de vocación y de eléctrica sabiduría verbal”.


Sin lugar a dudas la sentencia de Tácito refleja la más pura realidad. Demasiado cierto, crearon un desierto, lo llamaron paz.



Un fuerte abrazo

Pluma Roja dijo...

Precioso homenaje a un poeta de un poeta.

Saludos cordiales,

Hasta pronto.

Isolda Wagner dijo...

Todos son magníficos pero tal vez me identifico más con el primero.
Precioso tu recorrido por la vida y por la de los libros que nos han acompañado siempre.
Enhorabuena, Fernando.