lunes, 27 de octubre de 2014

Mirando al mar.





La bahía de Santander.

Estoy pisando el puntal de Somo,
arena y agua, agua y arena,
hundiendo mis pies en su bellísimo espolón,
saludado por gaviotas argénteas
que se dirigen veloces
hacia la línea azul y verde
que dibuja el contorno de la bahía. 


Rompe el indiano el horizonte,
deshaciendo la altura desde Peña Cabarga
para frustración de poetas y jándalos. 


El verde de Pedreña consuela mi espíritu
hasta la Horadada donde el aire silba
y, en su furia intermitente,
hunde a veces barcos y esperanzas

desde su isla hasta los astilleros. 

Allí, en el puntal, estoy descalzo
y me arrodillo en la arena
blanca y beis, beis y blanca,
inmerso en el recuerdo
y anonadado ante la belleza del presente,
como homenaje a la ciudad de mis sueños
que se ve en la distancia rodeada
de barcos, palmeras y tamarindos. 


Te recuerdo entrando en el agua,
valiente, salpicada de gotas de mar,
mirándome de soslayo,
enardeciéndome con tu sonrisa clara
y tu cuerpo húmedo y armonioso..
 

No hay tiempo para recorrer La Magdalena,
subir al faro o seguir
el sendero de piedra de la costa
para observar las rompientes desde su altura.
El día es azul y manda el sol en el Sardinero,
playas de cuidada hechura, donde dejamos olvidados
nuestros mejores años. 


Desde el médano, hundidos mis pies en el agua,
repaso nuestros instantes,
nuestros encuentros, nuestro amor permanente,
los paseos oliendo a yerba recién segada,
las rabas con vino blanco en Marucho,
las misas en los capuchinos,
los chipirones encebollados en el barrio pesquero,
los cafés con los amigos,
los conciertos de Narciso Yepes
en el claustro de la catedral,
nuestros paseos hasta la ciudad,
nuestra meditación
sentados en un banco con Gerardo Diego,

frente a su “clásica y romántica bahía”.

Nos sentimos unidos una vez más
llorando con Carreras en la Plaza Porticada,
alucinados ante la maestría de los jóvenes pianistas
en el concurso de Paloma O’shea,
enamorados siempre de la brisa húmeda del mar,
brisa salvadora, brisa nunca olvidada.
 

Allí tuvieron nuestros hijos su primera adolescencia,
salvados por la música, por los tamarindos,
absortos ante la biblioteca de Menéndez Pidal,
que a su misma edad había comenzado a construir
un rascacielos de la inteligencia.
 

No sé si mirarte con mis ojos de ahora
o con los de antaño,
te veo tan bella, tan inmutable, tan azul,
que debo ser yo el cambiado, el distinto,
porque tú permaneces,
siempre fiel a tu espacio, a tu agua, a tu mar.


3 comentarios:

Anónimo dijo...

Es hermoso,como con sus letras, define su amor,la sorpresa del tiempo en su vida,la felicidad por lo vivido.Ha recorrido con infinito asombro .cada espacio,cada rincón escondido en el recuerdo,dibujados con letras y con los colores del agradecimiento por la vida.Hermosos sus sonetos,maestro.

ibema dijo...

Es hermoso ver como con sus letras define su amor,la sorpresa del tiempo en su vida,la felicidad por lo vivído, ha recorrido con infinita ternura,cada espacio,cada rincón escondido en el recuerdo,dibujados con letras y con los colores del agradecimiento por la vida.

Anónimo dijo...

Precioso poema que te escribe maravillosamente el ánimo soñador y nostálgico que te imprimen pasear por la bahía de Santander. Yo también he ido a esos conciertos inolvidables de la Porticada.Enhorabuena, maestro