
Estudio en el barrio de Batignolles
Autor: Henri Fantin-Latour
Fecha:1870
Características:204 x 270 cm.
Museo:Museo de Orsay
Queridos amigos: como llevo un tiempo, por diversas causas, publicando poemas sobre pinturas, me he decidido a revivir un ensayo que hice el año pasado sobre poesía y pintura en la red. Comenzaba yo a participar en esta maravillosa red, por lo que me habré dejado en el tintero muchos poemas y poetas admirables. Pido por ello perdón.
En el Estudio en el Barrio de Batignolles figuran gran parte de los pintores del Salon de Refusés, a quienes admiro. El que está pintando es Edouard Manet, el que mira de frente es Claude Monet.
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Creo que es conveniente recordar lo que escribí anteriormente respecto a mi desordenada intención de reflexionar sobre la obra poética de mis amigos de la red. Se supone tal vez que cuando un poeta presenta unos estudios de crítica poética, lo ha de hacer con un ademán de pedir excusa; al poeta, según una idea órfico romántica normalmente vigente, le está vedado el uso del pensamiento por ser él instrumento pasivo de la inspiración, del fluido poético que cae desde lo alto o más probablemente, que asciende desde lo profundo de la tierra y le posee su embriaguez divina (José María Valverde). Yo creo, quizás también románticamente, que los verdaderos poetas han heredado, como Orfeo de Apolo y la musa Calíope, el don de la música y la poesía. Admito también, naturalmente, la importancia de la palabra, pero creo en esa inspiración inesperada y embriagadora de los poetas.
Cuando el poema nace de la ensoñación, como resultado de una profunda llamarada interna que viene desde lo alto, o de lo profundo de la tierra, no existen límites para su desarrollo, ni cauces referenciados a un fin determinado, pero cuando el poema nace de la contemplación de una pintura, todo cambia, y el poeta se encuentra con un objetivo concreto, quizás en el sentido que indica Vicente Aleixandre en su “El poeta canta por todos” de Historias del corazón:
Allí están todos, y tú los estás mirando pasar. ¡Ah,sí, allí, como quisieras mezclarte y reconocerte!
Porque la pintura está allí, frente a nosotros, desafiante, contemplada, esperando la decisión del poeta, como expresa tan bien Rafael Alberti en su “A la pintura”:
A ti, lino en el campo. A ti, extendida
superficie, a los ojos, en espera.
A ti, imaginación, helor u hoguera,
diseño fiel o llama desteñida. Y es en esa contemplación cuando puede surgir esa llama creadora, ese fluido poético que describe en palabras el impacto que la pintura produce en el poeta, como observaba John Keats:
dejad entonces a la alada fantasía ir errante
por el pensamiento todavía extendido ante ella,
abrid de par en par la puerta de la jaula de la mente
y ella saldrá como una flecha elevándose hacia las nubes.
Y desde esa contemplación, creados por una profunda inspiración y compuestos con una singular elegancia de ideas, palabras y metáforas, he podido encontrar diferentes poemas sobre pinturas de amigos de la red, decidiéndome por ello a realizar un breve comentario sobre las mismas. No voy a editar las pinturas correspondientes a sus poemas; si hay interés en contemplarlas, o leer la totalidad de cada poema, se puede acudir directamente a su blog en cada caso. Aquí sólo deseo reflejar la emoción que yo he sentido, también como poeta, al contemplar cada pintura y leer despacio cada poema con el fin de captar ese fluido misterioso que, sin saber cómo, de dónde viene y por qué, llega hasta nosotros.
Al encontrar una entrada con una poesía dedicada a una pintura, mi primera sensación es siempre la que tuvo aquel hombre (Alegoría de la caverna-Platón-Libro VII de la Republica) al salir de la oscuridad y acostumbrarse progresivamente a la luz. Miro en silencio, pausadamente, la imagen del lienzo, intento comprender lo que su autor intentó pintar, analizo sus detalles, sus colores y su luz, finalizo observando el conjunto de la obra y, a continuación, me detengo a leer sin prisas la poesía que el autor de la entrada dedica a esa pintura.
Tengo la obsesión al leer un poema, de captar el aroma personal que identifica la naturaleza del autor. Es una sensación poco explicable, probablemente una intuición, que me ayuda a situarme dentro del mundo del poeta. Es quizás el resultado de haber leído tanta poesía durante tantos años, lo que me permite probablemente adivinar la juventud o la madurez del escritor, o las fuentes en que ha bebido su cultura pero, no obstante. la inspiración inesperada y embriagadora de los poetas puede deshacer cualquier consideración práctica como la que acabo de exponer. Leído el poema y contemplada la pintura, siempre queda en mí una emoción interior nueva e irrepetible.
Un pintor excepcional, Vincent Van Gogh, ha sido comentado por diversos poetas de la red. Quisiera recordar aquí la poesía de Soledad Sánchez Mulas sobre su obra “El Almendro (1890)”, que describe la técnica y la emoción artística del pintor intuyendo su presencia en la fiesta de“La Fregeneda” para captar las esencias de un almendro en flor con estos deliciosos versos:
Debió embriagarse
con las olas de espuma de las copas,
con el mar de rosadas caracolas sonoras,
en la playa de fiesta de la flor del almendro.
e imitar los colores y formas de sus árboles:
Manar nudos fecundos en las ramas
arrolladores verdes,contundentes cinabrios,
algún violeta roto de tanto azul y rojo enamorado
No sólo emplea Soledad unas bellísimas metáforas sino que además demuestra un dominio de las técnicas y colores pictóricos. Yo, un simple aficionado a la pintura, le escribí para que me aclarara la palabra garanza, sobre la que ella no tardó en informarme gentilmente. Lo prodigioso de estos versos es que nos hace reproducir los colores en nuestro cerebro y nos llena los ojos de líneas y colores sin necesidad de contemplar el cuadro. Es el impresionismo puro.
Tengo que confesar que en mi adolescencia deseé aprender a pintar y tomé unas muy breves clases de pintura, sin ningún éxito entonces y a pesar de varios intentos, sólo he pintado unos pocos cuadros, bastante mediocres. Seguramente imité los tiempos iniciales de Rafael Alberti, primero la pintura, después la poesía, sin su vocación ni su energía vital, ni su altura creadora
Mil novecientos diecisiete
mi adolescencia, la locura
por una caja de pintura,
un lienzo en blanco, un caballete
Pude conversar con Rafael en mi afortunado encuentro ocasional con él en la calle Princesa cerca de la Plaza de España de Madrid en una de sus estancias en la capital. Le vi cargado con las bolsas de la compra y le abordé llamándole: ¡Rafael! Me preguntó ¿me conoces? Y yo le contesté con un poema que me sabía parcialmente de memoria:
Sobre tu nave —un plinto verde de algas marinas,
de moluscos, de conchas, de esmeralda estelar,
capitán de los vientos y de las golondrinas,
fuiste condecorado por un golpe de mar.
Le hizo mucha gracia mi presentación y estuvimos charlando un buen rato en la misma acera. Le conté el impacto que me habían producido su libros “A la pintura” y "Marinero en tierra" Nunca olvidaré ese encuentro. (Ya conté este episodio en una entrada anterior de mi blog)
Hay otros poetas de la red que no sólo escriben poesías contemplando los lienzos de otros pintores sino que pintan sus obras para acompañar a sus propias poesías.
Este el caso de Laura Gómez Recas en su poema “Desideratum” donde acompaña a una bella acuarela con versos tan profundos como:
Hojas retorcidas por el tiempo
con colores inventados
esculpieron el asfalto
de rojo y amarillo
y el ocre retorciendo los caminos
con los pasos diminutos por la vida
fundiendo en sus versos pintura y vida, o su poema “Playa” en los que expresa su amor por la libertad y su atónita mirada ante la grandeza de la tierra y la fecundidad de la palabra
Fronda de un jardín libre
mandarina sobre frambuesa
la palabra se hizo viento
de emigración silenciosa
con voluntad de pandemia
Otros poetas como Jesús Arroyo, contemplando el cuadro “Mujer pintada” de Don Diego, evoca la ausencia de una mujer y hace promesas para recuperar su amor con estas bellas y rotundas promesas:
Si volvieras a esta casa
gris, falta de alegría
prometo pintar azules
al desierto de agonía
y verdes bajo cien lluvias
A veces, en la contemplación de la pintura y al conjuro de la fecundidad nacen las aguas de los ríos, tan diversas, unas veces silenciosas, otras deslizándose, otras de colores traspasados de sus riberas. Soledad Sánchez Mulas vuelve a enviarme su sentir poético con unos versos escritos al contemplar a G. Courbet,en Jóvenes a orillas del Sena, 1856-1857, óleo sobre lienzo, Musée du Petit Palais.
Rueda el cansancio, lento y recogido,
silbando en las orillas
Pero aún destilan vida
y me llevo el azul fosilizado
escurriendo tranquilo debajo
de los puentes.
Versos de un poeta en la red comparables a otros que siempre me atrajeron como los de Gerardo Diego en su “Romance del Huécar”:
Nunca vi un río tan íntimo
nunca oí un son tan de seda
en el resbalar de un ángel
Juan Ramón Jiménez en su poesía:
no se ve el agua
pero en su presencia oscura
se baña
la desnudez eterna
para la que el hombre es ciego.
los versos de Miguel Hernández sobre el río Tajo:
Eres todo de bronce navegable,
de infinitos carrizos custodiosos,
de acero dócil hacia el mar doblado
y los incomparables versos de San Juan de la Cruz: ¡Oh cristalina fuente
si en esos tus semblantes plateados
formases de repente
tus ojos deseados
que tengo en mis entrañas dibujados!
Participan en la red algunos pintores-poetas que nos envían sus pinturas acompañadas de poesías, como Adolfo Payés y poetas relevantes, como Noray, que nos envía sus poesías acompañadas de pinturas, a los que dedicaré otra oportunidad como crítico informal y amistoso.
Para terminar esta breve crítica sobre nuestra red y teniendo en cuenta que yo quise ser pintor, quise ser poeta, y soy el trabajador de esta entrada, me voy a dar la oportunidad de publicar dos brevísimos poemas escritos por mí sobre dos magníficos pintores:
Sorolla. El balandrito.
A veces el mar es el camino para mi alma,
desplegadas sus velas
por el empuje de mi niñez,
para hacer estela, sin conocer el rumbo,
sola en su inmensidad,
navegando hacia lo insondable,
sin entender la rosa de los vientos,
ni la luz de las estrellas.

Claude Monet. Camille y su hijo.
La brisa se llevó el color negro
y diluyó el blanco con los demás colores
para lograr la sutil, incorpórea visión de tu mujer
en una colina mágica de ensueños y de flores.
Pero ¿es posible pintar sólo con el alma,
sin pinceles ni óleos, sólo con la brisa del mar?
Camille enlaza la brisa, la luz y el movimiento,
mirándote desde su volátil y etérea lejanía.
La luz, la luz, el prodigio de tu pintura,
la forma subordinada, la elusión de las masas,
la espontaneidad al aire libre,la invasión del color
bajo tu luz.