miércoles, 27 de febrero de 2013

La danza del fuego.



Un vapor plomizo se recuesta
sobre las emergentes brasas,
tapando los rescoldos
rojos y grises, grises y rojos
que exhalan su grito de muerte
incandescente
sobre el suelo.

No existe la piedad
ante la belleza incorpórea de las llamas
y la combustión se recrece,
regenerándolas,
produciéndose un vaivén,
una danza viva y trepidante
que se escapa por líneas infinitas
intentando atravesar la incipiente neblina blanca,
entrecruzándose las llamas
en su esfuerzo de ofrecer
su holocausto final.

Mueren el pino y el cerezo entre estertores,
crepita su savia de vida,
muriendo carbonizados,
negros y rojos, rojos y negros,
exhalando su última llama hacia la neblina,
ahora blanca y dorada, dorada y blanca.

El humo intenta hacerse con el mando,
tejiendo tirabuzones grises
que se retuercen en espirales,
danzando sobre la hoguera
de la muerte de sarmientos,
abortando el nacimiento de hojas y racimos,
tratando de ahogar las llamas
que se retuercen aún vivas
en un aquelarre
de humo, chispas y rescoldos.
La vida y la muerte
se fusionan en una danza
de volutas de humo,
llamaradas de vida corta,
chispazos y llamas
que lamen  los rescoldos crepitantes,
produciéndose esa danza del fuego,
volátil, anárquica,
al mismo tiempo peligrosa y serena,
donde se funde el movimiento
de los ígneos danzantes.


sábado, 23 de febrero de 2013

A Frank Ruffino, poeta de Costa Rica

Frank, amigo, ¿no oyes
la resonancia
de las campanas detenidas
cuando tus versos,
saetas  centelleantes,
reverberan al pasar junto a ellas
incendiados por
tu fuego interior?
Tu transmutación acelerada
no se compadece con tu ciudad
desconocida y calma.
Tus versos son notas arrancadas
de lo profundo de ti,
sonar de tu íntimo  campanario,
expresión de tu contención y reserva,
que suenan más allá
de las colinas de Tilarán,
y empujados por tu fuerte viento,
atravesando el océano,
repican en mis montañas madrileñas
aportándome resonancias nuevas,
deshaciendo mi personal borrasca.
Frank, poeta,  el abismo no existe,
los cuervos huyeron  ante tu fortaleza,
y remontaste el vuelo,
con tu furia de siempre,
haciéndome llegar tu palabra,
definitivamente
palabra de hombre y de poeta.

viernes, 22 de febrero de 2013

El niño azul.





«¡Santos, Santooos...! —gritó Gabriel mientras agarraba con todas sus fuerzas por las patas traseras a un conejo gris que intentaba zafarse dando estirones fuertes y convulsivos—, ¡un conejo enorme, corre!»
Trotando entre los matorrales apareció un niño pequeño y delgado. Tenía el pelo negro, la piel oscura curtida por el sol, unos ojos claros de gran viveza y unas orejas de soplillo que le daban un aspecto travieso y simpático. Vestía un pantalón corto de pana marrón sujeto por un cinturón de cuero muy desgastado por el uso y una camisa de manga corta que podría ser blanca si no fuera por las manchas de barro y de resina que la cubrían casi en su totalidad. Calzaba unas alpargatas con suelo de goma negra y llevaba en una de sus manos una vara larga y flexible.
—¡No le dejes escapar, sujétalo con todas tus fuerzas, que ya llego! —Se acercó a Gabriel y, cogiendo al conejo por las orejas con gran maestría, deshizo el lazo de cobre que rodeaba su cuello.
—Este lazo es del guarda de la finca de Don Manuel. Ya podemos salir corriendo, porque si nos pillan nos desloma.
—Vuelve corriendo a tu casa con el conejo —dijo Gabriel recogiendo su vara— y llévatelo antes de que nos vean. Yo volveré a poner el lazo en su sitio.

Mientras Santos corría velozmente por el monte, Gabriel rehízo el lazo de cobre, aseguró la estaquilla al borde de la senda por donde solían pasar los conejos y, lanzando una última mirada de satisfacción al artilugio, emprendió una rápida retirada en dirección a la casa de su amigo. Le asombraba que los conejos cayeran en un lazo tan pequeño y que la estaquilla resistiese los saltos angustiosos que daban al sentirse aprisionados por el cuello.

El sol de agosto brilla con tanta luz que los ojos se ponen rojos si te atreves a mirarlo. El cielo es de un azul intenso y el calor se hace a veces insoportable. Gabriel corrió agachado entre las matas para evitar ser visto si alguien paseaba por el campo. Sentía la emoción del furtivo y el orgullo de haber sido él quien localizó al conejo atrapado en el lazo. El suelo estaba caliente y de la solana se desprendía un vaho con olor a tomillo. En su carrera ni siquiera notaba los arañazos de los matojos en sus piernas, sorteando intuitivamente los obstáculos que se le presentaban, saltando regueros, rodeando zarzales, pero siempre siguiendo el rumbo que tan bien conocía en dirección a la casa de su amigo. De cuando en cuando espantaba algún saltamontes, que de un salto se escabullía entre las jaras. Vio pasar fugazmente una lagartija con su cabeza erguida y su rabo haciendo las veces de timón. Un verdejo voló sobresaltado en dirección al valle.

Al cabo de un tiempo que le pareció eterno, pudo divisar la casa de Santos. Era una casa con la fachada de piedra, de un piso, con tejado de láminas de pizarra, situada a las afueras del pueblo. Las piedras eran de granito y estaban unidas por un cemento que en su momento debió ser blanco pero que ahora tenía un color ocre. Algunas de las tejas de pizarra estaban desportilladas y de las hendiduras sobresalían hierbajos resecos por el sol. Las dos ventanas de la fachada tenían reja, pero la puerta de la casa estaba siempre abierta, oculta por una persiana de paja de color verde que llegaba hasta el suelo para permitir pasar el aire y resguardar el interior del calor. Adosado a uno de sus costados había un cobertizo que servía de gallinero, fabricado parte con planchas de madera y parte con una alambrada. Aunque las gallinas se movían por
los alrededores de la casa picoteando el suelo con toda libertad, la madre de Santos las encerraba todos los días al anochecer para protegerlas de las alimañas, atrayéndolas con pienso o granos de cebada. Delante de la casa había una pileta de piedra que servía para lavar la ropa. Una bicicleta marrón se apoyaba contra una encina grande situada a pocos metros de la puerta; tenía a su lado un banco de granito de una sola pieza.

Al acercarse a la casa pudo oír a Santos hablar en alta voz con su madre:
—Te juro que lo hemos cogido entre Gabriel y yo. De verdad que no es de cepo. Yo lo espanté hasta una zarza y, como no tenía salida, enrollamos su piel con la punta de la vara y tirando hacia nosotros lo cogimos.
—Santos, dime la verdad, que como me mientas te la vas a ganar.
—Te juro que es verdad, madre, y si no que me parta un rayo.
—No jures —contestó la madre, dando un pescozón a su hijo—. Mira, ahí viene Gabriel y ya veremos si ha ocurrido como tú dices.

Al llegar Gabriel a la puerta de la casa, Santos se le acercó presuroso.
—¿Verdad que este conejo lo hemos cogido nosotros en un zarzal con la vara? —Le dijo casi gritando.
La madre de Santos miró a Gabriel, que no supo qué decir y le dirigió una sonrisa mezcla de impotencia y resignación.
—Está bien, está bien —dijo—, lo llevaré a la cocina y mañana le invitaremos a Gabriel a comer.
Santos lanzó un suspiro de alivio y se sentó en el banco de granito con cara de triunfo.
—¿Y Quico? —preguntó Gabriel.
—Voy a por él —contestó Santos.
Se levantó y entró en la casa ladeando la cortina verde. Al poco rato salió arrastrando una hamaca de lona plegada acompañado por un niño de unos siete años de edad. Montó la hamaca a la sombra de la encina y ayudó al niño a recostarse en ella.

Quico se parecía mucho a su hermano, pero era muy delgado y de tez pálida. Cuando Gabriel le conoció quedó impresionado por la sensación de fragilidad que producía. Quizás se debiera a que, aunque podía moverse por él mismo, siempre había alguien cerca de él que le cogía del brazo o de la mano con aire protector. Su piel era muy blanca, casi transparente, y tenía un ligero color azulado que se oscurecía alrededor de sus ojos. Andaba con precaución, como temiendo caerse en cualquier momento, y daba la sensación de estar siempre cansado.
—¿Qué le pasa a tu hermano? —preguntó Gabriel.
—Nada —respondió Santos en un murmullo, casi sin dar importancia a la pregunta—, es un niño azul.
Gabriel calló, aceptando la respuesta de Santos sin indagar más, en parte para no demostrar su ignorancia y en parte porque presentía que profundizar sobre el asunto podría molestar a su amigo.
Quico se recostó en la hamaca con aire cansado y dijo:
—Sois unos tíos estupendos. Me tenéis que llevar con vosotros al monte. Seguro que cogemos un conejo grande, grande, entre los tres.
Santos pasó su brazo alrededor de los hombros de su hermano y le dijo:
—Iremos cuando te encuentres más fuerte, Quico. Con tu ayuda no hay conejo que se escape.

Gabriel nunca olvidó la ternura con que Santos respondió a su hermano. El hecho de que Quico fuese su único hermano y estuviese tan imposibilitado físicamente le hacía sentirse un poco su protector, pero siempre procuraba comportarse de una forma natural, espontánea, para evitar cualquier referencia a su enfermedad. Nunca hablaba de ella y, cuando los chicos del pueblo, infantilmente inconscientes, se burlaban de la debilidad de Quico y de su color azulado, hacía frente a las burlas y más de una vez se enzarzó en una pelea con ellos, rodando por los suelos, indignado ante los ataques de que era objeto. Para él, Quico era lo más querido del mundo y toda la hombría que poco a poco se iba consolidando en su cuerpo de niño se ponía inconscientemente a su servicio, creciendo, consolidándose, como un borrador de lo que en el futuro iba a ser ese niño-hombre.

Gabriel y Santos se sentaron en el suelo alrededor de la hamaca y los tres niños comenzaron a charlar animadamente. Hablaban casi a gritos, interrumpiéndose, quitándose la palabra llenos de excitación. Quico estaba feliz. Se incorporaba sobre la hamaca y les miraba alternativamente a medida que hablaban. Sus ojos marrones tenían un brillo intenso que resaltaba sobre el fondo azul oscuro de sus cuencas. Parecía una crisálida que intentaba salir de su receptáculo-hamaca para integrarse en la vida que le rodeaba, en el bullicio y la alegría de unos niños que encarnaban la felicidad.

—De mayor vamos a tener una finca muy grande, que llegue casi hasta el Guadarrama y cazaremos los tres sin que nadie nos lo prohíba. Y tendremos escopetas del doce, como la del tío Jacinto.
—Y tendremos un perro.
—Y haremos una guarida entre las jaras donde nadie podrá encontrarnos.
—Y por la noche haremos hogueras.
—Y nos bañaremos en los regatos.

Mientras los niños hablaban, la madre de Quico les miraba enternecida desde la puerta de su casa. No supo si fué por la luminosidad del sol del atardecer o  por el esfuerzo al mirar a los niños desde lejos, sintió de pronto una lágrima bajar despacio por su mejilla. La enfermedad del corazón había castigado sin piedad a su hijo. Miró hacia el cielo azul y secó su lágrima con el dorso de la mano.

domingo, 17 de febrero de 2013

RÁFAGA.

                                     



El trémolo en la noche, la crecida
del sonido del sur en barlovento,
la guitarra, la brisa, el aire, el viento,
la ráfaga en su origen prometida.

El singular punteo, la medida,
la intensidad del movimiento,
la pasión andaluza del momento
la danza de los quiebros sostenida.

De repente, ejecución de rasgueados,
la carrera veloz de pulsaciones,
el virtuosismo lacerante en frío,

y siempre en los acordes ya pausados,
desde el tenso temblor  de los bordones,
el silencio andaluz, tan hondo y mío.



Soneto dedicado al maestro Joaquín Turina por su obra "Ráfaga".

ES URGENTE ESCRIBIR

Es urgente escribir,
transmitir percepciones,
poetizar valores,
porque las hortensias se mueren
y los bosques están preparándose
para acoger el otoño.

Es urgente escribir
porque las palabras crean vida.
comunican las almas,
generan movimiento,
renuevan las ideas.
.
Es urgente escribir para transmitirnos
nuestras incertidumbres,
nuestros ideales,
nuestras vivencias,
porque la yerba dejará de crecer
y llegará el invierno.

Es urgente escribir
con las palabras de siempre,
¿por qué palabras nuevas
para nuestros sentimientos?
Las hojas, quemadas por el sol del verano,
dejarán paso a nuevos brotes de vida
en nuestra piel de poetas.

miércoles, 13 de febrero de 2013

MI GENTE.


(Homo locum ornat, non hominem locus (Carisio)

Mis paisanos tienen
la misma naturaleza de mi tierra;
son jóvenes sarmientos,
flexibles y enraizados
en el mismo tronco que yo.

Nacieron del mismo barro,
entre chumberas y cardos,
se abrieron paso entre piedras y alcaparras,
bebieron el mismo agua,
la savia de mis ancestros,
y se convirtieron
en yemas latentes,
vitales, fulgentes,
siempre mirando al cielo
como las uvas de mi tierra,
duras por fuera,
dulces en su interior.

Por sus venas fluye
la savia cítrica de los limoneros,
de su piel emanan
aromas de azahar
y su vida ha florecido
entre almendros y olivos.

De ellos he recibido el temple,
mi memoria
y algunas cosas más.

En ellos he recobrado mi historia
y devendrá mi porvenir.

Por ellos he vuelto
a mi casa de piedra,
a mi balcón,
y me siento en el poyo de la puerta,
en el abrevadero,
junto a los mulos,
para recordar las canciones de mi infancia,
reinventar mis amores de niño
soñar con el rostro de mis padres
mientras tiembla mi cuerpo
y templo las velas
de mi espíritu
hasta precisar que
todo
lo he recibido de ellos.

lunes, 11 de febrero de 2013

Con las palmas de mis manos






Yo rodeo tu cintura
con las palmas de mis manos
y beso tu tierno pelo
y te recojo en mis brazos
para que no te me pierdas
y te alejes de mi lado.

Yo te recuesto en mi pecho
y te voy acariciando
transmitiéndote el calor
de mi cuerpo enamorado,
sintiendo cómo se cruzan
nuestros latidos exactos
y beso tu suave pelo
y estrecho más nuestro abrazo
porque no quiero que nada
te separe de mi lado.

¿Qué piensas cuando te beso?
¿Qué sientes cuando, temblando,
te rodeo la cintura
con las palmas de mis manos
y te entregas dulcemente,
prisionera vas quedando,
al mismo tiempo indefensa
y defendida en mis brazos?

Yo beso tu frente blanca,
beso tus ojos cerrados,
tus mejillas encendidas,
tus pómulos sonrojados
y beso tus labios tiernos,
prisionero voy quedando,
mientras ciño tu cintura
con las palmas de mis manos.



viernes, 8 de febrero de 2013

ANSIA DE SER.



No tener,
no haber sido
arropado en cunas que no existieron
dentro de mí,
y llegar a ser
saliendo de la nada
que no es.

Solo existo
dibujado en mi fantasía,
mecido en la evanescencia
de ángeles,
arcángeles,
dioses caídos
y renacidos
que no son.

No tener
ni ser
ni soñar,
perdido,
angustiado,
difuminado,
reflejado en la nada
que no es.

La oscuridad
–negro rejón de muerte–
sobre mis ojos ciegos,
sin poder ver la luz
que acune la vida
de mi ser.

El ser y la nada,
entreverados en el sueño vital
de mi búsqueda,
sin orgasmos,
cunas, ángeles
o monstruos,
sin generar realidades o ensueños
porque nada nace
ni es.

Quizás un rayo cósmico
escapado de una masa vacía,
de esa nada soñada,
pueda crear
en mí
la sensación de
nacer y vivir
para, como entelequia,
ser.

martes, 5 de febrero de 2013

LIBRO "DENSIDADES".




Acabo de editar un libro de poesías que se llama “Densidades”. No es más que eso, un libro de poemas escritos en mi atardecer, recuerdos, sensaciones, miedos interiores, algún grito de esperanza y un deseo imperioso de comunicar. Este libro, cuarto de lo publicados directamente por mí, tiene 250 páginas y contiene tres poemarios; “Densidades, El café de las sorpresas y Diez poemas para el amor incierto”. Creo que sabéis que yo amo profundamente la poesía y que trato de comunicar este amor a través de mis publicaciones. He procurado profundizar en este libro sobre mis experiencias personales y hablar de mis encuentros con la realidad del mundo que me encontré en mi adolescencia. Si queréis conocerme mejor  compradme este libro. Es una compilación de poemas escritos en endecasílabos y alejandrinos asonantes, haykus, tercetos, sonetos y  versos absolutamente libres, acompañados de dibujos y fotografías en color. Yo soy el escribidor y todo lo que he hecho me ha costado mucho tiempo, esfuerzo y dinero. No tengo valedores, nadie me introduce el libro, pero creedme: pienso que lo escrito merece la pena.

El libro “Densidades” tiene un precio de 15 euros y enviado gratuitamente a la dirección que señaléis dentro de España. Puede ser pedido a la editorial NORMA-CAPITEL en Európolis, calle V, nave 16B, 28230 LAS ROZAS- MADRID

Teléfonos: 916377414 – MOVIL 627405777

rpa@norma-capitel.com

También podéis hacerlo escribiéndome directamente a mí:

 fernandojontiveros@hotmail.es

CTA Banco Santander Nº:  0049 0496 8 3 2010037953

Mis libros editados anteriormente se han  agotado, excepto 5 ejemplares. Por ello, si alguno de vosotros desase adquirir los cuatro ejemplares que muestro en la fotografía, podría comprarlos por 50 euros.

Gracias por vuestra atención. Con todo mi afecto. Fernando Jiménez-Ontiveros Solís.


domingo, 3 de febrero de 2013

Un momento-



Caminábamos juntos
mis manos
en tus hombros
tus manos
en mi cintura
y no existía el tiempo.

Sólo existíamos
nosotros,
nada más tú y yo
caminando,
hablando,
soñando
sintiéndonos,
amándonos.


Sentí de cerca tu aroma
al besar
tu mejilla
mirándote
a los ojos
como pidiendo disculpas.

Tú me sonreíste
con ternura
y seguimos
caminando
hablando,
soñando,
sintiéndonos,
amándonos.