viernes, 1 de octubre de 2010

Memoria.




Memoria.

Sobre la tierra me tumbo impensadamente,
deprisa siempre, recuperando el tiempo,
para hallarme contactado en todo mi cuerpo,
mi espalda, mis piernas, las palmas de mis manos
sobre la tierra dura
y recibir su olor único, que identifico,
respirando con prisa para que no se pierda nada
del vaho que me envuelve y que me incita
a que recueste finalmente mi cabeza
sobre la tierra ilimitada que me rodea
y sentir la intimidad de encontrarnos solos
la tierra y yo.


Ella inmensa, antigua, fría,
yo, ser palpitante,
biológicamente larva que, sobre la dura tierra,
se recuesta y contacta para descubrir
la sensación de nuestro yacimiento inconsútil,
impregnando de humores el plano horizontal
de mi lecho de tierra.



Y en esta espera imaginar mi envolvimiento
deslizándose la tierra entre los dedos de mis manos,
lentamente cubriendo mis costados,
resbalando hacia mi centro biológico,
tapando mis oídos, mis ojos, mi boca,
adentrándose en mis pulmones hasta identificar
mi corazón con el único, infinito latido
de la tierra.




¿ Recobrar entonces, esforzadamente,
mi impulso biológico hacia la luz y hacia la vida ?


¿Luchar por salir,
buscando la luz y la vida
desde dentro de la tierra que me envuelve?

Yo no quiero hacer ni deshacer,
ser o no ser,
sólo deseo contemplar otra vez
la flor blanca de la jara, el verde de los pinos,
el vuelo de las águilas y, desde la cota geodésica,
recorrer con mi mirada
neveros y pastizales, pozas, barrancos, caminos forestales,
hayedos, piornos, codesos y praderas,
hasta regresar, a través de esta contemplación,
a los años en que el tiempo no contaba,
a la edad en que aún existía la inmortalidad.

Mis primeros recuerdos de ese tiempo
son el olor de la tierra húmeda después de la lluvia,
un cerezo repleto de frutos rojos como brasas encendidas
y una casa blanca con terrazas voladas
sobre una calle de tierra con nombre de río.


Los dioses no existían todavía,
los niños sólo teníamos ángeles
con quienes hablar en nuestras soledades infantiles.


¿Por qué los niños sólo tienen ángeles;
dónde están los dioses cuando muere el padre ?


En mí, ¡oh muerte prematura!
quedaron el vacío de los niños huérfanos,
la soledad intuida, el desconcierto,
el vaho húmedo de la tierra y las brasas rojas de un cerezo.

¡Qué ausencia, qué silencio!

Ahora, desde la cota geodésica,
liberado de la tierra que me envolvía,
me siento mucho más cerca del niño huérfano
y cada vez más lejos de la cruel indiferencia de los dioses.


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19 comentarios:

Carmendy dijo...

Amigo Fernando.
Me alegra ser la primera en comentar.
Precioso, precioso, precioso...¡¡
Proust se queda corto a tu lado en este magnífico relato, tan lleno de bucólica ternura.
Un placer leerte amigo.
Abrazos. Paz y amor fraterno.
Carmendy

Fernando dijo...

Es una memoria auténtica, Carmendy,por esoi puede tener carácter bucólico. Por eso me emociona cada vez que la leo. Un fuerte abrazo.

Terly (Juan José Romero Montesino-Espartero) dijo...

De nuevo haces con este texto que nos identifiquemos, que vea en ti una vida paralela. Me has emocionado, me has llegado muy dentro y he sufrido tu memoria porque es la mía.
Hoy me voy triste a la cama, pero aún así y todo me voy satisfecho de haberte leído.
Un abrazo.

Fernando dijo...

Gracias, terly. Efectivamente, la muerte de nuetros padres nos une en la desconsolada evidencia de su vacío, siempre que vivimos su ausencia. Y eso se produce cada día y no desaparece nunca. Un abrazo.

Juanjo Almeda dijo...

Querido Fernando, ahí veo en este poema iconfundible de tu firma y pluma, una lucha sin ganas de ella. No queriendo formar parte de esa tierra; y querer seguir sintiéndola, desde aquí, desde la vida; aunque con la añoranza de nuestros antecesores y su recuerdo, y querer vivir la naturaleza pasada, en la de ahora; el recuerdo, de toda esa vida inerte y viva. Reprochando a unos dioses, que antes no existían, reprochándole a unos dioses que quizás siguen sin existir.
Gracias por tu obra, maestro.
Palabras de las que siempre aprendo.
Un abrazo.

Fernando dijo...

Juanjo, amigo y poeta, la muerte del padre en mi niñez y la reflexión permsnente sobre este hecho al cabo de los años produce dos sentimientos distintos. Uno siendo niño y otro siendo adulto, Em los dos casos es un hecho que te mutila espiritualmente, al darte cuenta que nunca acudieron los dioses en tu ayuda. Por ello a veces quieres que te trague la tierra y en otras, sin embargo, quieres olvidar, Un abrazo fuerte, amigo Juanjo.

Anónimo dijo...

Enhorabuena por este poema lleno de fuerza, un poco nostálgico de esos años de la niñez en los que nuestros dioses eran tan cercanos que cada noche nos daban el beso de "hasta mañana" y dormían en la hibitación de al lado.
Precioso ese renacer de la tierra que volverá a acoger nuestro cuerpo un día.
Un abrazo.

Fernando dijo...

Hola, Anabel, así es, el recuerdo de aquella infancia, el dolor de la madurez, la permanente esencia de la tierra. Un abrazo cordial.

Paloma Corrales dijo...

Duele esta memoria, querido Fernando, casi tanto como emociona.
La visión que transmites ensimisma y sobrecoge ahondando en las profundas huellas infantiles, desde la sabiduría del ahora.

Como siempre, magnífico.

Abrazo.

Ps. la palabrita para verificar es: poena, qué cosas.

Fernando dijo...

Gracias por tu comentario, Paloma. No sé queé pasa, pero no te llegan mis comentarios. ¿Será problema de internet? No entiendo lo de la palabra poena.¿Puedes descifrármelo?. Gracias y un abrazo.

Paloma Corrales dijo...

Era una de esas casualidades de la vida, Fernando, estaba pensando en la pena que me transmitían esos recuerdos plasmados por ti, y al dejarte el comentario, la palbrita que has de escribir para verificarlo (rollos de seguridad) era poena, que si mi memoria no me falla es pena en latín... solo era una anécdota de las casualidades.

Un beso, poeta.

José María Alloza dijo...

Me dejas sin palabras y solo acierto a darte un abrazo, fuerte.

Fernando dijo...

Amigo Amadeus: me gustaría que entrases en mi blog: meditacionesyrelatos.blogspot

Puede que te guste y me gustaría me hicieras un comentario. Gracias y un abrazo.

Marisa dijo...

Siento esa unión que existe
entre la tierra y el ser biólogico,somos parte de
esa naturaleza y que no nos dábamos cuenta, como tu bien dices, en los años en que
el tiempo no contaba.Pero
quedamos impregnados de los frutos y los olores, por eso ahora más conscientes tratamos de disfrutarlos com más fruición desde dentro.

Es un placer poder recordar
a través de tu memoria.

Un abrazo muy, muy grande

Fernando dijo...

Gracias por tu comentario, Marisa. Gracias por compartir mis inquietudes. Un abrazo ab imo pectore.

tinta negra dijo...

encantador lleno de pureza del lenguaje!°


saludos!°

Fernando dijo...

Hola, Tinta negra. Gracias. Un abrazo-

Roy Jiménez Oreamuno dijo...

Exquisito y esa figura casi en total armonía con la naturaleza, me impacta.

Saludos

Fernando dijo...

Gracias por tu comentario, amigo Roy. Un abraqzo muy fuerte ab imo pectore